Sandra Salazar

2018

Tschlin, Suiza
Julio 2018

Urano irradiando la montaña

Desde 2016, Sandra Salazar ha producido un extenso repertorio de cuerpos a través de diferentes medios como dibujos, pinturas de gran formato, cerámicas e instalaciones. Sus obras son el registro de sensaciones e imágenes personales que ella traslada delicadamente al papel o al barro. En estas obras, la artista parece querer desensamblar la carne, los huesos, los órganos y sus aparatos (reproductor, respiratorio, locomotor, excretor), las hormonas y su metabolismo, los fluidos, las fibras nerviosas y su intricado aparato de comunicación eléctrica y química. El resultado es una serie de paisajes y objetos que deshacen las marcas de la diferencia sexual, haciendo colisionar los sistemas de signos que organizan el régimen normativo de lo masculino y lo femenino.

Pero si creemos ver en sus imágenes un mero juego de formas en torno a la figura humana es necesario mirar de nuevo. Salazar no nos ofrece un atlas de anatomía o una representación de un cuerpo sumiso y listo para su inspección clínica o psiquiátrica. Por el contrario: su obra se revuelve en aquello que no puede ser absorbido por la mirada del discurso médico, que cuestiona los marcos legales y jurídicos que buscan definir qué cuerpos son aptos para el espacio público y la intimidad. Las geografías pictóricas y táctiles –cuerpo y espacio– que Salazar ensaya son preguntas sobre la relación entre visibilidad y autonomía, entre epistemología visual y las luchas por la autodeterminación, entre los dispositivos que nos construyen como cuerpos sexuales y la oportunidad de crear símbolos de reconocimiento afectivo e identificación propia.

El suyo es un ejercicio que en alguna medida puede estar emparentado con el trabajo de otros artistas y activistas que han operado a manera de geógrafos críticos de la producción de la sexualidad como Carol Rama, Eva Hesse, Phia Ménard, Annie Sprinkle, Bob Flanagan, Renate Lorenz y Pauline Boudry, Lorenza Böttner o Sergio Zevallos. Salazar observa cómo la iconografía de la anatomía sexual –inyectada en las clases de biología y verificada en la ritualidad de la atención médica– no es meramente descriptiva sino performativa y artefactual: produce las subjetividades de los cuerpos, impacta en nosotros como si se tratara de un planeta siendo golpeado por el cometa de las identidades. Pero toda colisión deja fragmentos y fisuras desde donde entorpecer o revertir los procesos convencionales de identificación social. Salazar trabaja meticulosamente con esos materiales: corta y encaja extremidades, orificios, conductos, líquidos y órganos que invocan otra genealogía visual de lo humano y sus posibilidades.